El salesiano Rosalio Castillo Lara, tercer cardenal venezolano, es una de las figuras mas prominentes de nuestra historia eclesiástica. Desempeñó un papel estelar en la Santa Sede a la que fue llamado por San Pablo VI inicialmente como secretario de la Pontificia Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico en 1975, labor que elogió San Juan Pablo II por «su notable competencia jurídica en el trabajo de preparación del nuevo Código de derecho canónico». Fue creado Cardenal Diácono el 25 de mayo de 1975 con el entonces nuevo título de Dominae Nostrae de Coromoto apud Sancti Ioannem a Deo (Nuestra Señora de Coromoto en San Juan de Dios). En Venezuela le precedían en dicha dignidad el egregio Mons. José Humberto Quintero, el primer Cardenal, creado en 1961, y Mons. Alí Lebrún en 1983.
Nació el 4 de septiembre de 1922 en el notable hogar de Rosalio Castillo Hernández y Guillermina Lara Peña, en Guiripa (San Casimiro) al sudeste del estado Aragua. Una familia de profunda tradición y preeminencia, tanto por el lado paterno, donde está por ejemplo, el gran arzobispo Lucas Guillermo Castillo y materno donde entre otros está el destacado político socialcristiano y abogado venezolano Pedro Lara Peña. Cuyas tradiciones trascendido hasta nuestros días, entre otros con el actual Obispo de La Guaira, Raúl Biord Castillo, y su hermano, Horacio Biord Castillo, prominente intelectual que es el Presidente de la Academia Venezolana de la Lengua, estos últimos sobrinos del Cardenal.
Realizados sus estudios primarios entre el Colegio Don Bosco de Valencia y en la gran casa que es para nosotros los salesianos el Liceo San José de Los Teques. Se incorporó al seminario salesiano de Bogotá en 1940. Y el mismo día de su cumpleaños, 4 de septiembre de 1949, fue ordenado sacerdote a los veintisiete años por su tío, Monseñor Lucas Guillermo Castillo, arzobispo de Caracas y Primado de Venezuela. Para 1953 se doctoraba en Derecho en el Pontificio Ateneo Salesiano de Turín.
A partir de allí y tras su servicio a los Salesianos de Don Bosco en Caracas en diversos cargos y luego como profesor de derecho en Turín y Roma, Rosalio Castillo empieza su meteórico servicio en la Santa Sede tras haber sido electo Obispo Coadjutor de Trujillo con derecho a sucesión en 1973. Para 1983, tras la promulgación del nuevo Código de Derecho Canónico ya estaba consagrado como uno de los grandes juristas de la Iglesia. Había sido presidente de la Comisión Disciplinaria de la Curia Romana (1981) y de la Pontificia Comisión para la Revisión del Código de Derecho Canónico (1982). y desde 1984 presidía la Comisión para la Interpretación Auténtica del Derecho Canónico.
Se desempeña desde 1989 como presidente de la Administración del patrimonio de la Santa Sede y al mismo tiempo desde 1990 como Gobernador del Estado del Vaticano. Al cesar sus actividades en la Santa Sede por veintidós años se retira a vivir a su pueblo, Guiripa, «para poder dedicarse al ministerio pastoral en la tierra donde nació», escribe el Papa Juan Pablo II en la carta del 24 de noviembre de 1997 donde aceptó la renuncia de Castillo Lara «a pesar del profundo aprecio que siento por el trabajo que estaba realizando con gran dedicación y competencia».
Desde entonces no era en vano el deseo de Castillo Lara de prestar su servicio pastoral en el país. La madurez, el conocimiento adquirido en el Vaticano donde su ascendencia era total, su entereza moral y la valentía de su ministerio serían esenciales para cumplir una última misión en su patria: enfrentar sin miedo los graves peligros que se cernían en Venezuela desde 1998 tras la llegada de Hugo Chávez a quien calificaba de “déspota paranoico”. No dudó en atender como un Cardenal convertido en Párroco en la Iglesia de María Auxiliadora de Guiripa, su amado y lejano pueblito, donde le conocí en 2004, siendo “uno de tantos” pese a su extenso currículo que le servía solo para ser más de su pueblo, y su pueblo todo era Venezuela. Por lo que tampoco dudó en ponerse del lado de la verdad y denunciar la gran oscuridad en la que apenas se introducía nuestro país, convirtiéndose en un profeta, no del desastre, sino de la esperanza para los suyos.
Así, cumpliendo con entereza el ministerio que había resplandecido en Roma pero que se había engrandecido por la nobleza en Guiripa, y entregado al amor y la misericordia de Dios durante su enfermedad, el Cardenal Castillo Lara retornó a la casa de Dios el 16 de octubre de 2007.
Reproduzco a continuación y a manera de epílogo la Homilía que S.E.R Rosalio Cardenal Castillo Lara pronunció el 14 de enero de 2006, en la misa de celebración de la Divina Pastora de Barquisimeto, un año antes de su fallecimiento:
Hoy, no sólo Barquisimeto y el estado Lara, sino toda Venezuela se ha hecho presente en esta millonaria manifestación de amor y devoción a la Divina Pastora de Santa Rosa.
Hace 270 años que la Divina Providencia, en sus misteriosos planes, quiso cambiar la estatua de la Inmaculada Concepción que había sido encargada a España por otra de la Divina Pastora que, desde entonces, apacienta amorosamente su grey larense.
La figura del pastor, de honda raigambre bíblica, la escogió Nuestro Señor Jesucristo para describir de modo real e incisivo el cuidado solícito y salvífico que él tenía por sus discípulos y seguidores, y que sus colaboradores deberíamos imitar en el cuidado de los fieles cristianos. Jesucristo se define “el Buen Pastor”, que conoce a sus ovejas y ellas lo conocen y siguen su voz.
El Buen Pastor lleva sus ovejas a fértiles y abundantes pastizales y, si una se extravía por cañadas oscuras, la busca hasta encontrarla, y, si es necesario, se la carga sobre los hombros hasta llevarla al redil. Está dispuesto a dar la vida por sus ovejas.
El título de pastor bien puede aplicársele a la Santísima Virgen María, por ser Madre del Buen Pastor y por haber recibido, al pie de la cruz, la misión de ser Madre de todos los cristianos.
La Virgen asume esa función pastoril con maternal ternura y gran propiedad.
Bien podemos decir que se desvive por sus ovejas; vela por ellas, las sigue, se interesa por sus necesidades y trata de aliviar sus dolores. La gran popularidad y la gran devoción que la Divina Pastora ha suscitado entre los larenses es una comprobación de los favores que hace continuamente a sus fieles.
Hoy se conmemoran los 150 años de una milagrosa intervención de la Divina Pastora a favor de sus fieles barquisimetanos. En 1856 una terrible epidemia de cólera azotaba cruelmente a los habitantes de esta ciudad. Eran muchos los que caían gravemente enfermos y morían bajo el terrible flagelo, sin que se les pudiera encontrar eficaz remedio, ni se vislumbraba un cercano fin a la epidemia. Ante esa tragedia, el Pbro. José Macario Yépez, muy apreciado por la colectividad, que había construido la iglesia de la Inmaculada Concepción, de la cual era párroco, propició una visita de la Divina Pastora desde el pueblo de Santa Rosa hasta Barquisimeto.
La procesión concluyó en la iglesia de la Concepción, donde se celebró la Sagrada Eucaristía. En la conmovedora homilía, el Padre Yépez se ofreció como víctima propiciatoria para que cesase la epidemia. La Virgen aceptó la ofrenda y la epidemia desapareció. Desde entonces en recuerdo y agradecimiento por el favor especial de la Divina Pastora se realiza la hermosa procesión que, cada año, reúne más devotos y cosecha más gracias recibidas.
La Santísima Virgen, por su función misma de Madre y Pastora, sigue con maternal solicitud a sus fieles devotos, los cuida y defiende, aleja de ellos los peligros y busca su salvación. Este es un momento favorable para pedirle gracias a la Divina Pastora.
Ella está dispuesta a ayudarnos. Cada uno tiene sus problemas personales y estará pensando qué favor pedirle a la Virgen: la curación de un enfermo, la solución de un problema familiar, o cualquier otro. En esta solemne ocasión deseo proponerles que todos juntos le pidamos fervorosamente a la Divina Pastora que salve a Venezuela.
Nos encontramos en una situación de extrema gravedad como muy pocas en nuestra historia.
Un gobierno elegido democráticamente hace siete años ha perdido su rumbo democrático y presenta visos de dictadura, donde todos los poderes están prácticamente en manos de una sola persona que los ejerce arbitraria y despóticamente; no para procurar el mayor bien de la nación, sino para un torcido y anacrónico proyecto político: el de implantar en Venezuela un régimen desastroso como el que Fidel Castro, a costa de tantas vidas humanas y del progreso de su nación, ha impuesto a Cuba.
Los siete años de gobierno ofrecen abundantes muestras de cómo será el futuro de Venezuela si este régimen se perpetúa. Los principios fundamentales de la democracia son ignorados o violados. Los derechos humanos se ven frecuentemente menoscabados. La libertad de expresión es restringida y amenazada con disposiciones legales para lograr la autocensura. La disidencia, apenas tolerada, es, en muchos casos, perseguida. Los tribunales sentencian injusticias en nombre de la ley; hay varias decenas de prisioneros políticos, mientras la delincuencia común aumenta y ofrece un trágico saldo de más de diez mil homicidios por año. La corrupción, -que se había propuesto eliminar radicalmente-, se multiplica ante el silencio y la inactividad complaciente del Contralor General de la República hasta producir varios miles de nuevos ricos millonarios. Al mismo tiempo crece la pobreza, abunda el desempleo, trágica situación que las llamadas Misiones logran apenas disimular. El odio sembrado, tenaz e irresponsablemente, amenaza hacer de los venezolanos entre sí irreconciliables enemigos y lleva la división y enfrentamiento hasta en el seno mismo de las familias.
Para colmo, el Consejo Nacional Electoral, espurio en su origen y fraudulento en su actuación, ha quitado a casi la totalidad de los venezolanos toda confianza en votos y elecciones.
Por otra parte, el altísimo precio del petróleo que permitiría solucionar muchos problemas está siendo utilizado a través de ultra millonarios regalos para obtener de otras naciones una incierta fidelidad política, mientras en Venezuela se siente dolorosamente la falta de intervenciones y trabajos para acondicionar los hospitales desprovistos de lo necesario, de reparar las vías de comunicación, las calles de las ciudades, la construcción de viviendas y centros educativos, etc… Estas breves pinceladas no tienen la intención de ofrecer una exhaustiva información que no encontraría aquí su lugar ni el momento apropiado, sino la de ayudar a tomar conciencia de una gravísima situación que bien puede compararse con la epidemia de peste que hace 150 años motivó la intervención milagrosa de la Divina Pastora.
Ante la triste situación que vivimos y ante el peligro de que, si el pueblo venezolano no toma conciencia de su gravedad y no se pronuncia categóricamente a favor de la democracia y la libertad, nos encontraremos sometidos a una dictadura de tipo marxista, vamos a pedirle, todos unidos, a la Divina Pastora:
“¡Virgen Santísima, que en nuestra historia has manifestado muchas veces tu benevolencia y cariño por este pueblo, te pedimos que no nos abandones en este momento!”.Nuestro Señor Jesucristo ha querido, quizás, darnos una dura lección por nuestras infidelidades, por no haber sabido aprovechar los dones que nos dio de una naturaleza tan fértil y rica, de una población inteligente, trabajadora y generosa, y por no haber ayudado debidamente a los más necesitados y no haber vivido limpiamente nuestra fe cristiana.
Apóyanos, dulce Divina Pastora, a aprender la lección y danos a todos la claridad de la mente para conocer y evitar el peligro, y la fuerza para superar democráticamente este momento difícil. Consíguenos el don de la paz, de la reconciliación, de la conversión y danos la alegría de la recuperada libertad.
Así sea.