El mundo del siglo XXI no es el del XX, aunque apenas hayan transcurrido veintiún años. Mucho costó entender, con sangre, sudor y lágrimas, que las invasiones militares nada resuelven, excepto en situaciones de horror en su máxima expresión como la de la Alemania nazi. De esto da fe nuestro agraciado sub continente. Los esfuerzos militares y paramilitares de Estados Unidos para encauzar democráticamente a América Latina, de nada sirvieron, aunque quizá tampoco haya habido voluntad real de acabar con problemas que en nada afectan a su estabilidad, si lo vemos pragmáticamente. Si así no fuese la oprobiosa herida de Cuba ya hubiese sido resuelta, y ellos, los americanos, saben que ése es el gran foco perturbador. O Nicaragua, esa vertebra de la América Central. Más acá, si a conflictos bélicos vamos, Estados Unidos pudo proveer a Colombia desde hace muchas décadas de una solución militar al tema de las FARC. Pero no fue así. Los problemas de fondo no se resolvieron.
Algo así es el complejísimo tema venezolano, al que debemos mirar entendiendo que no somos el ombligo del mundo. No es de nuestro país que depende la estabilidad y supervivencia de los EEUU, de la Unión Europea ni remotamente del Medio Oriente. Ni China ni Rusia ni Turquía pondrían sus manos en una escalada militar para defender a la revolución chavista. Pero tampoco lo hará Estados Unidos, no porque la oposición “blandengue” no termina de pedirlo o apoyarlo, no. Sino porque en ningún escenario EEUU volverá a ser nuevamente el policía del mundo, tal como dijo el virulento Trump. Es delicado, pero no debemos omitirlo: no tenemos ranking para estar en una partida del presupuesto militar.
Vistas, así las cosas, no serán los barcos ni los aviones los mesías que rediman a nuestro pueblo oprimido. Pero tampoco son mesías aquellos lideres populistas y demagogos que van ofreciendo a diestra y siniestra la resolución mágica de nuestros problemas, aquellos que sin pudor pregonan reconciliación y amor en tiempos electorales, los que evocan la relativa grandeza de nuestro pasado, aquellos que apoyados en las memorias casi mitológicas de nuestros antepasados hablan de un futuro que realmente se ha perdido ya por mucho. La civilización humana no ha avanzado apoyada en el pasado, sino mirando siempre hacia el futuro, aunque sea desconocido. Recordar el ayer histórico es ante todo una brújula para saber dónde no volver.
Pero nada es estático en nuestras vidas. Tampoco nada es casual. La casualidad es una excusa que esconde nuestras mediocridades. Hay causas y hay efectos y es nuestro caminar el motor que desencadena esa ley.
De ahí que entre todas las lecciones que de toda orden podríamos concluir del proceso electoral del 21 de noviembre próximo pasado, la principal es el DIVORCIO. El divorcio desconcertante de la dirigencia que ostenta el control político de nuestro país, llámese oposición, llámese gobierno. Pareciera que todo es resultado de una claudicación de fondo en el orden moral de la política venezolana, un esparcimiento masivo de los genes amorales que tanto ha insertado el chavismo en la sociedad.
El divorcio de quienes piensan que la abstención es militante. Me abstengo porque esa no es la salida, “dictadura no sale con votos”, dicen. ¿Y cual es la acción beligerante del día después de la elección? ¿Será acaso el insaciable discurso de lo que es, hace y deshace el régimen chavista? ¿Cómo romperán el discurso y van a la acción los abstencionistas? ¿O es que acaso vamos a esperar los años por venir para que la Corte Penal Internacional venga y ejecute a todos los responsables de los delitos de lesa humanidad? ¿O que las ordenes de captura internacional de Maduro y de Cabello se van a ejecutar mágicamente por un viaje turístico de ellos a algún lado?
El divorcio de quienes señalan la división opositora. Que es inexcusable ir divididos en cualquier frente no hay duda. Pero ¿de cuál unión nos prevalemos para condenar el 21N? ¿No ha sido la unión un chantaje para aceptar posiciones sórdidas en los mismos partidos de oposición? ¿Realmente hemos tenido un momento de unión real en estos veinte años? Si así fuera, hace mucho no estaríamos hablando de este problema que es Venezuela. No era previsible la capitulación con aquellos que se prestaron a la judicialización de los partidos en 2020 y decidieron plegarse sin más ni menos a un sistema de convivencia muy provechoso financieramente con el régimen de Maduro, desde la base hasta la cúpula. Porque quienes militan en las bases partidistas y apoyan la dirigencia nombrada en el Tribunal Supremo no es una militancia sincera o cuando menos no tiene ni idea del gravísimo problema que es Venezuela y por eso cayeron en la trampa, como tantos, de una supuesta renovación a partir de la decisión judicial. Esos mismos, llamados alacranes, que desechan la denuncia de lo que vivimos y condenan los esfuerzos externos de hacer justicia.
El divorcio de quienes no saben ni dónde están parados y creen en salidas mágicas o se autoproclaman mesías. Como es el caso del interinato que ha derivado en uno de los mecanismos más bochornosos de nuestra lucha política, no tanto por lo que se hace, sino por lo que no se hace y no se podrá hacer mientras Miraflores esté ocupado. La política tiene como objetivo final el poder. Poder para cambiar la situación que nuestras convicciones nos dicen debemos cambiar. Pero el poder se ejerce, no es nunca un atributo ficticio.
Todos esos divorcios, terminaron por divorciar a los ciudadanos de su dirigencia. ¡Qué equivocado pensar que la abstención fue un apoyo a las posiciones más radicales! Que fue un castigo al régimen. Que fue un castigo a la oposición.
La abstención de forma muy peligrosa es un pase de factura de la sociedad. Es una renuncia expresa a la política que se está haciendo. Es un no rotundo a lo que está haciendo la oposición tanto como el gobierno para que nada cambie. Y eso es lo que debe preocuparnos. Es urgente hacer una pausa, revisar y renovar porque tenemos a mediano plazo escenarios muy complejos que requieren muchísima fuerza política y ciudadana.
Es el momento de sincerar el camino, la estrategia y la acción. O vamos a perecer. Ni interinato, ni régimen chavista, pero tampoco Monómeros. Tenemos que tener claro qué ofrecemos, qué hacemos, y que vamos hacer para poner fin a esta página tan amarga de nuestra vida como nación. Y tener claro también qué es lo que vamos hacer como ciudadanos.