El régimen de la normalidad
«Our crisis is not a material crisis.
We have lost faith in our destiny…
We are like mariners without a pilot»
Philippe Pétain
La normalidad, un tanto ostentosa y por mucho miserable, que se respira en Venezuela en medio de su periodo más oscuro de la historia, se nos presenta más bien como una consecuencia directa de un errado movimiento opositor que no ha encontrado su propio camino en los últimos veinte años para poner fin al régimen chavista y que ahora su espacio ha sido ocupado por otra “oposición” que proclamándose democrática no desechó las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre próximo pasado y para ello se prevalió de la ocupación ilegitima, en algunos casos, a los partidos políticos o de la participación sin objeción a las condiciones. Y que, luego de pasado el proceso electoral que eligió la nueva Asamblea Nacional, con una mayoría aplastante del PSUV, no ha dejado sino ver lo más parecido a un Régimen de Vichy, muy al estilo venezolano, en el que una supuesta normalidad democrática y de funcionamiento del Estado (aunque es fallido) nos hace ver que el único problema real que tenemos son las sanciones americanas y europeas, añadiéndoles a ellas la responsabilidad del desmantelamiento de la nación.
Esta teoría nacionalista de rechazo a las sanciones por la destrucción de Venezuela proclamada hoy por la “oposición” a la medida que dejó el 6D y del propio régimen chavista deja muchas interrogantes y plantea una enorme lista de contradicciones, políticas e ideológicas, que la paciencia medianamente sana no consigue enfrentar. Pero si nos confirma el daño irremediable que a todos nos ha infligido el haber abandonado las elecciones del 6 de diciembre, porque supuso la victoria más fácil que el régimen quería obtener, con su propia oposición y con su propia mayoría en el parlamento, para así complacer a las naciones que por sus propios intereses y no por solidaridad política exigían dicho proceso del régimen chavista. Fue una victoria estelar en materia política porque nos dejó en el tramo más difícil de este callejón sin salida que es Venezuela, con la oposición desarticulada y con esa aparente normalidad institucional que por fuerza de la cotidianidad y de la represión se impone sin derecho al pataleo.
Había que participar porque desde hace mucho tiempo no hay un elemento de fuerza que nos hiciera esperar otro final y ese barco sin rumbo en el que tempranamente se había convertido el interinato no iba ni va a traspasar las fronteras de sendas y pesadas declaraciones de presión internacional ni a concretar el mantra del “cese de la usurpación”. Ilegítimo si es Maduro y el régimen que por la fuerza instaura por dos razones: la militar y el gobierno del territorio, razones que nunca en estos últimos años se han visto amenazadas por nadie ni por nada. Y esto es lo que aprovechó esa oposición cuyo servilismo y silencio a favor del régimen es ahora totalmente evidente y que no se dejó de ver del todo antes del 6D porque el alegato de abandonar el camino de la elección era más fuerte para un grupo de personas que estuvimos convencidas de la necesidad de no ceder el espacio legislativo pero sin que ello significara en modo alguno una capitulación moral.
Y es que no cabe duda a estas alturas que no hay sinceridad en el proceder político de los sibilinos que ocupan por designio del Tribunal Supremo las tarjetas electorales de los partidos y representan “oposición” en la Asamblea Nacional. Ellos son los duros que, en su absoluta minoría, no representan ni ahora ni mañana ningún tipo de cambio o de futuro para el país, porque la misma minoría que ejercen en el parlamento es la que ejercen a nivel nacional en el país como lo advierten todos los estudios de opinión. Su única función y por la cual están contratados, bajo la modalidad de Juntas Ad Hoc o de diputados es una sola: normalidad.
Y como ya dije, es una normalidad títere, una gran puesta en escena que me hace recordar por su origen, su desarrollo y, lo que seguramente será su final, un régimen al estilo Pétain.
Philippe Pétain, el Mariscal, gran vencedor de Verdun, enaltecía la gloria de Francia durante la Guerre Mondiale, junto a los mariscales Foch y Joffre, reconocidos como los héroes más importantes de aquel mortífero conflicto. Pétain presidió por la elección de 569 diputados franceses el conocido Régimen de Vichy, o estado títere del Tercer Reich, tras la ocupación nazi a Francia en 1940 hasta la liberación cuando las tropas aliadas entraron por la puerta de Orleans el 25 de agosto 1944 en París.
Aquel humillante gobierno títere presidido por Petain, otrora héroe nacional, prestó total y absoluta colaboración a la Alemania nazi. Poniendo fin a la III República Francesa, l’État français suprimió la democracia parlamentaria, señalándola como culpable de todos los problemas nacionales, ilegalizó los partidos políticos, responsabilizándolos como el motivo de desunión de los franceses e inició persecución contra sus dirigentes condenándolos a muerte en ausencia, suspendió las libertades fundamentales y garantías constitucionales y proclamó el Estatuto de los Judíos en 1941, en plena sintonía con las leyes de Nurenberg, permitiendo con ello el envío de miles de judíos a su exterminio a la Alemania de Hitler.
Las comparaciones, pues, no son tan odiosas cuando se trata de historia, «esa fábula que todos hemos aceptado» a decir de Napoleón, pero cada día de esta Venezuela del 2021 recuerda mucho a los cuatro años de Pétain en Vichy. Y son menos odiosas cuando miramos el nivel de somalización al que ha escalado el conflicto venezolano. Conflicto que sí existe, no bajo el modo de holocausto o de una dictadura tradicional, pero sí bajo el régimen de la represión, de la destrucción total, del narcotráfico, del hambre, de la crisis sanitaria y de los miles de ejecuciones extrajudiciales del FAES, organismo éste que recuerda mucho a la Tonton Macoute de Papá Doc en Haití.
Y verse en el espejo de Pétain no es algo descabellado para quienes, por tarifa o, en excepciones, por convicción, ocupan la acera que el régimen chavista les ha asignado, insisto que no ocupan espacios que conquistan con su liderazgo, solo están donde se les asigna en la normalidad, sólo para el beneficio de quien usurpa el poder y no para ceder en la posibilidad de un cambio.
Aquel Mariscal que dio ejemplo de valentía y coraje en Verdún por la gloria de Francia se le condenó a muerte, a la confiscación de sus bienes y a la degradación nacional en agosto de 1945 al ser hallado culpable de alta traición, apenas un año después de la entrada triunfal de De Gaulle en París.
Es seguro que esta normalidad no será permanente. El país dejaría de serlo hasta en su extensión territorial si se prolonga más el estado de letargo en el que hemos caído todos. La apatía civica empieza declararse como un cáncer terminal pero acaso ¿el problema de Venezuela también es terminal o lo que está en ese estado es este país de la normalidad en el que no pasa nada mientras los indeseables lo hacen todo? ¿De verdad perdimos a Venezuela así de fácil?
Robert Gilles